‘Nosferatu’ derivación del término griego ‘nosophoros’, que significa ‘portador de plagas’, es un película clave del expresionismo alemán dirigida en 1922 por F.W. Murnau que se estrenó en el Palacio Real de Berlín un mes de marzo como este pero de hace 100 años.

 

Se trata de una versión inconfesa del libro, para así no pagar derechos de autor, que dio lugar a una cruzada judicial por parte de la viuda de Bram Stoker la cual finalmente ganó el juicio de plagio por lo que las copias originales de la película mandaron ser destruidas salvándose tan solo unas pocas, las cuales actualmente son verdaderas joyas del séptimo arte.

 

 

Su excelente ritmo narrativo, la perturbadora apariencia del protagonista (Max Scherk) cuyo aspecto sobrenatural forjó la leyenda de que la película estaba interpretada por “auténtico vampiro”, el dominio por parte de su hábil director de la fotografía, la luz (y las sombras), el negativo coloreado (azul en las escenas nocturnas y amarillo en las escenas diurnas o interiores), esa modernidad a reivindicar que se usó con otros personajes de ultratumba muchos años después (El uso de la cámara ultrarrápida en los movimientos del vampiro o las apariciones / desapariciones del no-muerto), el hallazgo del vampiro fotofóbico que muere a la luz del sol (esto no aparecía en el libro original, pero creó escuela en todo el cine vampírico posterior) o el maravilloso ritmo de ultratumba en la parte del viaje del chupasangres en el navío Demeter
(cuyo suspense-terror se anticipó a la claustrofobia vivida por un grupo de personas que son atacadas en espacios cerrados por seres sobrenaturales muchos años antes en clásicos como “Alien” de Ridley Scott o “La Cosa” de John Carpenter) todas ellas son algunas de las muchas razones para ver, o redescubrir si es que acaso aún no la has visto, esta silente obra maestra (con mayúscula) del mejor cine fantástico de todos los tiempos y que este mes sopla 100 velas.